Bienvenidos a la biblioteca y audioteca de Tiféret, bienvenidos a la Tifereteca!
Les compartimos un fragmento del libro:
"Un camino hacia la conciencia unificada. La experiencia de Centro Tiféret",
donde se condensa de manera muy bella, uno de los ejes que mueve nuestro andar:
¿Qué es la conciencia Alef?
Dafna
Aquí estamos, de pie sobre este maravilloso planeta, mirando al cie- lo, a la tierra y a todo lo que se encuentra entre ambos. Desde nuestra condición de minúsculos habitantes terrestres, nos posamos frente a la inmensidad cósmica y nos atrevemos a esbozar diferentes respuestas a las innumerables interrogantes que se nos despiertan acerca de los mis- terios de la vida. Así, creamos paradigmas que se nos antojan ciertos, y vivimos de acuerdo a ellos. En otras palabras, creamos (de crear) creen- cias (de creer) y, por ende, creemos que lo que creamos es verdadero.
Es de esta forma cómo nos hemos convencido en la cultura occidental reinante, que el mundo es dicotómico. Está dividido en buenos y malos, correcto e incorrecto, arriba y abajo, hombre y mujer, víctimas y victi- marios, tú y yo. O se está en un lado, o se está en el otro. Una perspec- tiva lineal, dual y disociada. Por cierto que la división es necesaria en tanto instrumento al servicio de la interacción entre los seres humanos. Está basada en un pensamiento lógico, y como tal, nos ayuda a poder nombrar, clasificar, sistematizar y ordenar la realidad. La lógica es una fabulosa herramienta de la mente. Desde la Kabalá, corresponde a la dimensión de Biná, el entendimiento. Refiere al nivel de conciencia Bet, conciencia de dualidad, nivel que se encuentra en sintonía con el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Hasta aquí no tendría por qué surgir ningún problema. Sin embargo, en el desarrollo de la conciencia de la humanidad, parece ser que nos que- damos atascados en el camino y nos detuvimos en este estadio. No solo utilizamos la mente lógica para organizar la sociedad, sino que ha abar- cado la totalidad de lo que somos, empañando y desordenando nuestra mirada sobre la existencia. Más que herramienta, la racionalidad se ha apoderado de nuestra perspectiva y nos ha hecho creer que el mundo se lee y se interpreta desde sus reglas. Esta visión lineal nos trae una mira- da hemipléjica de la realidad.
Nos hace creer que lo que al otro le sucede no tiene nada que ver con nosotros, que el mundo que está afuera es una posible amenaza frente a la cual tenemos que estar alertas, y que debemos desconfiar de nuestro prójimo. Nos enseña a compararnos, competir, luchar, y a buscar siem- pre ganadores y perdedores.
Desde la conciencia Bet aprendemos también que si somos adultos ya no podemos identificarnos con las cualidades de niños. Debemos ser serios y ejecutivos. Así, abandonamos a nuestros niños y adolescentes interiores que, dejados por el camino, quedan excluidos de la totalidad que somos. Aprendemos, por ejemplo, que cuando algo nos emociona mucho, “no es correcto” expresarlo, porque “está mal visto” mostrar nuestra vulnerabilidad. La racionalidad como único punto de vista de la realidad, no colabora para que vivamos felices, en armonía con nuestra propia naturaleza y con la de nuestro entorno. La lógica sola, nunca nos lleva a la plenitud. Nunca. Es imposible que lo haga, porque desde el pensamiento dual si estoy en sintonía con un aspecto, no lo estoy con el otro. Para experimentar la plenitud es necesario abarcarlo todo, abra- zarlo todo, incluso la paradoja. Es solo cuando podemos ver el cuadro completo que accedemos a la verdad que subyace a toda vivencia de felicidad.
La palabra verdad en hebreo se dice emet (e me t). Se escribe con tres letras: Alef, la primera del alfabeto hebreo, Mem, la que se encuentra en el medio, y Tav, la última letra del alefato. Es así porque para conectar con la verdad es imprescindible integrarlo todo, desde principio a fin. Nada puede quedar fuera.
Experimentamos la totalidad cuando recordamos la máxima que nos dice: “como es adentro es afuera”. Es decir, lo que sucede en el exterior no es otra cosa que el reflejo de lo que sucede dentro. Las guerras y conflictos mundiales son justamente el espejo de las batallas que libra- mos en nuestro interior. Esta mirada de totalidad nos hace grandes y nos devuelve a todos la responsabilidad de lo que sucede en el mundo.
En nuestro desarrollo como personas adaptadas a la sociedad, necesi- tamos en principio identificarnos con la conciencia Bet, para afirmar nuestra singularidad e identidad: nuestro yo personal.
Pero una vez logrado esto, es menester continuar ascendiendo hacia otro nivel para no quedarnos estancados en una conciencia incompleta, por llamarla de alguna manera. Es así cuando, sosteniéndonos en nuestra forma única de estar en el mundo, podemos trascender nuestra identifi- cación personal y comenzar a vincularnos con el otro desde lo que nos une y no desde lo que nos separa.
Aquí comienza otra historia, absolutamente diferente. Empezamos a des‐cubrir muchas más semejanzas que diferencias. Nos sentimos más cerca de todos y de Todo, y podemos conectar más con lo que gene- ralmente no se ve, con la raíz de cada acción, sin sentir necesidad de responder en forma reactiva. Vemos intenciones más allá de los actos y reconocemos el reflejo de nuestros propósitos en acciones de otras personas. Se abre así un maravilloso portal a través del cual la vida se transforma en una escuela de convivencia.
Esta es la conciencia Alef, que corresponde a la dimensión de Jojmá, sabiduría, la raíz espiritual del Árbol de la Vida. Un nivel de conciencia donde nos encontramos en el Gan Edén, en el Jardín del Edén.
Desde esta perspectiva, reconocemos lo absolutamente involucrados que estamos en todo lo que sucede. Descubrimos, por ejemplo, que eso que tanto nos molesta de aquella persona es un aspecto nuestro no reco- nocido y que, negándolo, lo proyectamos fuera expulsándolo de nuestra experiencia. Desde la conciencia de Unidad reconocemos la proyección y utilizamos la situación de incomodidad como aprendizaje para poder aceptar, integrar y corregir ese aspecto en nosotros. Una vez logrado, ya no hay más batalla dentro y, por ende, tampoco fuera.
Desde la conciencia Alef rescatamos partes que habíamos escindido en nuestro desarrollo hacia la adultez. Abrazamos nuestra infancia y ado- lescencia. Recuperamos el asombro, el entusiasmo y la simpleza que habíamos perdido. Reconocemos nuestros talentos y, por sobre todo, abrazamos nuestras heridas. Ellas son las huellas que nos indican dónde se interrumpió nuestro camino de crecimiento. Es imprescindible mi- rarlas de cerca aunque duela, reconocerlas e iluminarlas con amor dán- doles un lugar en nuestro espacio interno donde habitan todos nuestros aspectos, para lograr así la integración. Desde la Kabalá, a esto se le llama tikún atzmí, la restauración personal.
Una vez hechas las paces con nosotros mismos, dándonos permiso para ser tal cual somos, podemos hacer las paces con la humanidad, toman- do conciencia de que cada uno de nosotros está haciendo lo que puede con los recursos internos que tiene. Nuestra función no es criticar sino construir, invitar a vivir desde un nivel de conciencia que nos devuelva la Unidad perdida, que nos recuerde que estamos aquí para aprender juntos y, por sobre todo, para compartir lo aprendido en alegría. En este tiempo llamado presente, en este lugar llamado universo. Caminamos así hacia el tikún olam, la restauración del mundo, retornando al paraíso perdido.
Que así sea…